martes, 2 de mayo de 2023

y 6) Fin de viaje en Friburgo, una ciudad con mucho encanto

Barajamos varios finales para nuestro viajecito caminante, todos ciudades francesas, dejando de lado Basilea (elegida el año anterior), pero al final subimos hasta Friburgo. El hecho de seguir transitando Francia abajo hacía difícil verla en años sucesivos debido a la cada vez mayor distancia. Por eso mismo, seguro que no volveremos a llegar en avión a Basilea, que empieza a quedar lejos. Posiblemente Lyon será el aeropuerto del año próximo.

Nuestro hotelito en Friburgo, el Gasthaus Schützen, bastante agradable

Así que la mañana del uno de mayo cogimos carretera y equipaje para llegar en unas cuatro horas a esta preciosa ciudad germana. Por el camino observamos que las autopistas francesas estaban atestadas de camiones, bueno, más que la autopistas eran las áreas de servicio donde cientos de camiones pugnaban por encontrar un hueco, y por allí deambulaban sus conductores, bastantes de ellos españoles.


Llegamos sobre la una y tras el checking en el hotel (en Francia en ningún sitio nos pidieron documentación) pudimos dejar el equipaje en las habitaciones, que estaban bien aunque al final día tras día solo las utilizamos para dormir y asearnos.

El río Dreisam atraviesa Friburgo y suministra agua a sus canales y canalillos

De inmediato salimos a pasear, a conocerla los que no habían estado aquí, y los demás a disfrutarla una vez más. Eso no fue difícil ya que es una urbe histórica, monumental, bien trazada y cuidada, e incluso sus barrios son agradables, como comprobaríamos en nuestro paseo a un lago de la periferia. Para llegar al centro fuimos por unos senderos junto al río, aunque alguno de ellos estaba en la práctica reservado en exclusiva a las bicicletas, muy abundantes en una urbe verde y muy plana.

Puerta de Suabia o de los Suabos, por la que accedimos al centro histórico

Friburgo tiene un casco central muy bien conservado, planito, atravesado por unas pequeñas escorrentías al estilo de las levadas por las que el agua circula a toda velocidad. Mantiene en pie las tres puertas que tuvo su muralla: la de la imagen superior, que tuvo un importante valor defensivo, y las de Martin, la más antigua (siglo XIII) y la de Breisach, del siglo XVII en la época de la ocupación francesa.
Precioso edificio del Almacén Histórico en la plaza de la Catedral

Una vez dentro, en unos minutos se llega a la plaza de la catedral, el centro neurálgico de una ciudad que actualmente tiene 230.000 habitantes y que sufrió lo suyo durante la Segunda Guerra Mundial. Más que una plaza al uso, es un recinto circular enorme en cuyo centro se encuentra la catedral y la plaza discurre completamente a su alrededor, Está empedrada y vedada al tráfico, lo que es de agradecer.


En la plaza se celebran todo tipo de acontecimientos y así durante la mañana del día siguiente, que la pasamos también en Friburgo, pudimos visitar un mercadillo, en el que había verdura y fruta pero también puestos de comida (salchichas de todo tipo y tamaño) y artesanía.

La Catedral es un edificio imponente construido en tres etapas durante los siglos XII y XIII. De estilo gótico, se levantó sobre un antiguo templo románico de la que conserva los brazos de crucero. El proceso fue largo y no se terminó de construir hasta 1513. La enorme torre de su campanario alcanza 116 metros.


Esta torre, previo pago, sirve para ascender a la parte superior. Primero se llega a un piso donde se observa el mecanismo de su enorme reloj y después una angosta escalera de caracol, la misma para subir y bajar (complicado por su estrechez y las mochilas de muchos de los visitantes) te lleva a la amplia terraza. 

Reloj de la catedral de Friburgo

Más menos, 350 escalones en total. A cambio, el placer de ver la ciudad desde arriba.


En esta posición privilegiada pudimos confirmar el verdor de los bosques que rodean la ciudad y la armonía de una urbe en cuyo centro no apreciamos barbaridades urbanísticas.


Este recinto religioso está en apariencia muy bien conservado. Para ello se constituyó la asociación Münsterbauverein Freiburger, que cada año invierte varios millones de euros en su mantenimiento y cuidado.

Las vidrieras de la Catedral son las originales de la Edad Media, algunas de principios del XIII

Ostenta el título de Catedral desde 1827, cuando la iglesia se convirtió en sede del Obispado de Friburgo.

Canal en una calle de Friburgo, con la escultura de un cocodrilo semisumergido

Fuera de la plaza de la Catedral la ciudad adquiere otro ritmo y en ello influyen los canales que la atraviesan, En uno de ellos destaca una escultura de tono humorístico que simula la cabeza de un cocodrilo en piedra, por cierto, muy bien lograda.

Detalle del cocodrilo de Friburgo

Artístico cartel de la Casa de Huéspedes

El edificio del oso es de la Casa de Huéspedes, uno de los más antiguos de Friburgo. Los cimientos datan de 1120, fecha de la fundación de la ciudad. 

Levadas por las calles de Friburgo

El agua por estos canalitos circula a gran velocidad, como si hubiera una pendiente que no detectamos.

Enormes glicinias decoran algunas calles e incluso van de un lado a otro

Llegados al centro de la ciudad y visitada su catedral, el resto del tiempo lo dedicamos a pasear sus calles, muy atractivas y gran parte empedradas y con levadas por uno de sus márgenes.


Fueron los dos días jornadas de buen tiempo, aunque más bien de cielos cubiertos, un plus de comodidad para ver Friburgo, ciudad tranquila y apacible con abundancia de terrazas.


Calles amplias, algunas sin coches y con tranvía, confirman su carácter verde, más que por el color por el respecto al medio ambiente de sus habitantes. Considerada la capital alemana de la ecología, aquí tiene su sede el Instituto para la Ecología y algunas otras organizaciones ambientales. Cada año en junio se celebra Intersolar, la feria más importante del sector.

Ayuntamiento

Este conjunto de circunstancias, a las que se añade su situación geográfica como puerta de entrada a la Selva Negra y que sea la ciudad alemana con más horas de sol, la han convertido en muy popular. Se estima que recibe cada año tres millones de visitantes.


El primer día almorzamos en una cervecería sobre las tres y media de la tarde, una hora intempestiva en estas latitudes. Se trataba de la Hausbreveria Feierling. A esa hora seguía abarrotada de gente y encontramos sitio, de casualidad, en el semisótano.

Un postre de "spaghettis" que, en realidad, eran de helado

Estuvo bien, sobre todo por que tenían carta en inglés para descifrar los platos, y el precio nos pareció de lo más razonable. Lo mismo ocurriría en el restaurante del día siguiente, más clásico y especialidades locales.


A media tarde decidimos dar un paseo alejándonos del centro de la ciudad. De esta forma atravesamos barrios no turísticos y llegamos al Flückigersee o parque del lago, un lugar de amplias praderas de hierba, con restaurantes, zonas de juegos incluidos paseos por el lago, pensado para el ocio familiar.



Algunos ejemplares de la fauna del parque indudablemente nos llamaron la atención.


Hay una línea de tranvía que lleva directamente a este popular destino para los vecinos de Friburgo, pero nosotros elegimos pasear para compensar el día de caminata que nos habíamos saltado.

El segundo día fue una repetición del primero solo que no nos alejamos del centro. Buscamos calles y áreas en las que no habíamos estado para tener una visión más completa.



En la zona de la universidad descubrimos el emplazamiento de la histórica sinagoga de la ciudad, que fue destruida durante el nazismo en la conocida como Noche de los Cristales Rotos (1938).

Emplazamiento de la antigua sinagoga junto a una maqueta del edificio

La ciudad ha decidido mantener su recuerdo de una forma original: por un lado erigiendo una maqueta a escala situada junto a su emplazamiento, señalado mediante una pequeña elevación del terreno.

Antes de marcharnos de Friburgo recalamos en el restaurante Zum Rauhen Mann, de comida local y agradable decoración. 

Las raciones de codillo que nos sirvieron perfectamente hubiera servido cada una para dos personas, por lo que no hubo queja, si acaso por su abundancia.

Durante nuestro paseo habíamos tomado café en una terraza en la que nos atendió una chica de Asturias, y el día anterior en otra un brasileño. Evidentemente, abunda la población foránea.

Después de comer volvimos al hotel (donde habíamos desayunado muy bien esa mañana) y recogimos los coches que mantuvimos en su aparcamiento. De inmediato salimos para Saint Louis (¡menudo atasco de fin de puente!), una población francesa pegada a Basilea, donde íbamos a dormir para una parada técnica a fin de coger el vuelo de regreso a Santiago a primera hora de la mañana siguiente.

Sin embargo, la parada técnica fue un tanto accidentada. Teníamos reservados tres apartamentos y para acceder recogimos las llaves en un cajetín, sin ver a nadie. Primera sorpresa: un cuarto piso sin ascensor, de lo que no nos habían avisado. Segunda: lo que encontramos no era lo reservado. Faltaba una habitación y un baño en uno de ellos, y eso nos molestó mucho. Tras gestiones por wasap con nuestra alquiladora, solo nos ofrecía marcharnos y devolvernos el dinero, algo sin sentido a las ocho de la tarde. Así que nos apañamos de la mejor forma posible y trasladamos nuestras quejas a quien correspondía. Y pensamos que algún efecto tuvieron para que volvieran a engañar a nadie más.

Pese a este borroncito, finalizamos muy contentos nuestras dos semanas en el Franco Condado. Regresamos pensando en continuar nuestra ruta caminera el año próximo para en un par de años, más o menos, alcanzar Le Puy en Velay. Si así es, aquí lo reflejaremos.

 Hasta la próxima!