martes, 6 de junio de 2023

Paiva: kilómetros de pasarelas y un impresionante puente colgante

A punto de iniciar la travesía del puente "colgados" sobre el cañón del Paiva

No es demasiado conocido, quizás por ser obra reciente, pero sorprende que los hermanos portugueses, tan dados a presumir, con razón o solo en parte, no promocionen más los atractivos pasadizos do Paiva y su espectacular puente colgante. Ubicados en el municipio de Arouca, distrito de Aveiro, 60 kilómetros al sudeste de Oporto, es una larga pasarela de madera de casi nueve kilómetros en la ladera del río, un afluente del Duero, que finaliza junto a un puente colgante peatonal de 516 metros de longitud, a 175 metros de altura sobre el cauce. Solo un dato: es el mayor del mundo de estas características, ligeramente por encima de otros dos situados en Pakistán y Suiza.

Cerca de nueve kilómetros de pasarela permiten caminar con comodidad junto al río

La pasarela discurre por la margen izquierda del río, que se considera de montaña y aguas bravas. Puede que sea así, pero hicimos esta ruta el 6 de junio del 2023, jornada estival calurosa y muy húmeda, con el río ofreciendo una imagen apacible. El paseo de madera fue inaugurado en el 2015 y el puente colgante se abrió en el 2019.

Preparados para iniciar la travesía, todavía fresquitos

El recorrido de los pasadizos puede hacerse en los dos sentidos, pero hay que planificarlo ya que en unos de sus extremos se encuentra el puente. Y recorrer la pasarela no es llegar y encher. Hay que reservar el punto de acceso y la hora concreta para atravesarlo, y solo pueden hacerlo 25 personas de cada vez por motivos obvios, que se cruzan en el medio con los 25 que acceden por el otro lado. Según las opciones, puedes optar por entrar por el pórtico de Alvarengo o el de Areinho y por hacerlo en una sola dirección o, simplemente ida y vuelta. Lo que está claro es que si quieres continuar caminando por los pasadizos hacia cualquiera de las dos entradas  tienes que salir sí o sí por el segundo.


Tras valorarlo, optamos por iniciar a media mañana el camino en Espiunca (para la ruta también hay que inscribirse y pagar dos euros por persona, a sumar a los diez del puente en el caso de los seniors), con la idea de llegar a Areinho pasada la una. El paso del puente lo habíamos concertado a la única hora posible ese día, las dos de la tarde, y eso que se trataba de una jornada laborable. La idea era llegar allí atravesar el puente, volver y retomar el camino de vuelta por donde habíamos venido hasta el parking de Espiunca, donde teníamos los vehículos.


El paseo es realmente agradable, pocos metros por encima del río, sobre una pasarela bien conservada y con una barandilla muy segura, en todo momento sobre el cañón formado por el río.

A mitad de camino hay otro puente colgante, pero mucho más modesto

Aproximadamente en su mitad hay un segundo puente colgante de dimensiones digamos normales, que permite cruzar al otro lado. También una playa fluvial, la de Vau, para refrescarse llegado el caso.

Las escalinatas de madera obligan a un esfuerzo suplementario

Igualmente, el recorrido cuenta con playas fluviales en ambos extremos de la ruta, aunque para llegar a la de Areinho es preciso salvar un pronunciado descenso hasta llegar al río, y finalizado el baño, volver a hacer la correspondiente subida con escalones no especialmente cómodos.


En cualquier caso, el recorrido también puede hacerse solo en un sentido, ya que en ambos extremos hay muchos taxis para volver al otro extremo. Nosotros no los utilizamos, preferimos  caminar.

La ruta oficialmente se considera de dificultad alta por las escalinatas

El camino fue pesado por las condiciones climáticas de calor y humedad en esa jornada, a lo que se añade la existencia de enormes escalinatas (unos 500 peldaños) para salvar los desniveles. La mayoría están en las proximidades del puente.


Llegamos al puente una hora antes de la fijada para cruzarlo, así que buscamos un lugar sombreado y cómodo para descansar hasta que nos llegara el turno. Debajo de unos eucaliptos mediocres (como si estuviéramos en Galicia), tomamos unas frutas y nos relajamos.

El puente es una maravilla de la ingeniería por su ligereza

Llegado el momento nos acercamos al puente, una instalación que como mínimo impresiona. Es tan largo y tan visible que dudas si podrá con la carga de los interesados en cruzarlo.


Y a la llegada, el camino pasa por debajo y ofrece esta curiosa perspectiva de las personas que lo cruzan.

Desde abajo es prácticamente transparente

La entrada está muy controlada. Al llegar al puente, los vigilantes dan instrucciones muy concretas y tajantes.

Recibiendo las indicaciones para cruzar a fin de evitar incidencias

Nada de correr o moverse bruscamente, obligación de caminar con tranquilidad y cuidado con las manos en la barandilla, que cada pocos metros hay hendiduras de las que estar pendiente.


Nos tranquilizaron diciéndonos que nunca ha habido accidentes. Lo cierto es que si no se padece vértigo la experiencia es muy gratificante.

La sensación cuando se recorre es de completa seguridad

Caminas como suspendido en el aire, a 175 metros de altura sobre el cañón del río, que se dice pronto.


El puente fue construido con finalidad exclusivamente turística, sin otra utilidad. De hecho, los vecinos de uno y otro lado si quieren cruzarlo tienen que hacerlo con los grupos y por tanto no les compensa.


Ciertamente, el puente es tan estilizado que no supone barrera visual alguna, parece formar parte del paisaje como un elemento más.

Realmente impresiona, pero más desde fuera que al recorrerlo

Sin embargo, su construcción fue compleja, llevó más de tres años y obligó a un cambio de ubicación por problemas geológicos. La inversión alcanzó los 2,3 millones de euros.



Una vez atravesado, y disfrutado, iniciamos el regreso a Espiunca un poco más cansados que a la ida. No está permitido llevar animales domésticos, pero cerca del puente estuvimos un buen rato acompañados en la pasarela por un rebaño de cabras que la utilizaban para desplazarse con comodidad en una ladera tan abrupta.


Aunque había gente a lo largo del recorrido, el camino resultó de lo más tranquilo. Con solo cuatro años, está en muy buen estado y se ven pocas tablas rotas o dañadas, pero algunas sí que hay.


Para aquellos que tengan interés en un desplazamiento más intenso, los pasadizos y el puente están enclavados en un área reconocida como Patrimonio Geológico de la Humanidad por la Unesco. No muy lejos puede visitarse el centro de interpretación de Canelas, algo que dejamos pendiente para otra vez.


Por lo demás, en ambos extremos hay aparcamientos y restaurantes y también es posible realizar una visita guiada, para lo cual te llevan en todoterreno hasta los pasadizos. 

El río Paiva, de montaña, ese día estaba muy calmadito

Es un servicio sin duda interesante, pero nosotros nos limitamos a disfrutar de la naturaleza por nuestra cuenta, lo que no es complicado dada la belleza del lugar. Una vez de regreso, baño en la playa fluvial y tentempié en un merendero con vistas al río, para encarar la vuelta a casa en unas dos horas. Un gustazo de plan el de ese día.


Nuestro grupo había llegado a Arouca el día anterior, y dormido en el hotel rural Quinta de Novais, una instalación muy recomendable. 


Se trata de una casa de piedra rehabilitada con habitaciones agradables, en la que el día de la caminata disfrutamos de un desayuno muy digno, todo ello por 70 euros la habitación doble. El encargado fue especialmente amable y nos explicó con detalle y paciencia las características de la ruta. Al marcharnos nos dio por cada habitación una bolsa con dulces de la zona. Todo un detalle.


Previamente, antes de llegar a Arouca habíamos hecho una parada en Guimaraes, una ciudad histórica de 150.000 habitantes considerada la cuna de Portugal. Se trata de un municipio muy extenso con numerosos núcleos, por lo que la población de la ciudad en sí es de unos 50.000 habitantes.

Centro de Guimaraes, muy tranquilo al mediodía

Además de pasear por el centro histórico hicimos una visita al palacio de los Duques de Braganza. Data del siglo XV, y actualmente es un museo.

Palacio de los Duques de Braganza

A mediados del siglo XX fue restaurado tras una larga etapa de abandono y actualmente luce en muy buen estado.


Además de colecciones de armas y de muebles, su segunda planta es la residencia oficial del presidente de la república portuguesa en sus viajes al norte del país.


Tras esta zambullida en la historia, buscamos un lugar donde comer y paseamos por la ciudad antes de dirigirnos a Arouca para conocer los pasadizos y el puente.


Sus calles empedradas y las casonas de piedra, tranquilas a esas horas del mediodía, fueron un momento tranquilo y relajante para afrontar al día siguiente la caminata de Paiva. Comimos bastante bien en  el restaurante Solar do Arco, en el casco histórico a base de bacalhau, lulas grelhadas, arroz caldoso....todo muy correcto


Sin pretenderlo, alguien más nos acompañó en este restaurante ya que se formó esta imagen al colocar arbitrariamente nuestras cosas en una silla. Curioso.

martes, 2 de mayo de 2023

y 6) Fin de viaje en Friburgo, una ciudad con mucho encanto

Barajamos varios finales para nuestro viajecito caminante, todos ciudades francesas, dejando de lado Basilea (elegida el año anterior), pero al final subimos hasta Friburgo. El hecho de seguir transitando Francia abajo hacía difícil verla en años sucesivos debido a la cada vez mayor distancia. Por eso mismo, seguro que no volveremos a llegar en avión a Basilea, que empieza a quedar lejos. Posiblemente Lyon será el aeropuerto del año próximo.

Nuestro hotelito en Friburgo, el Gasthaus Schützen, bastante agradable

Así que la mañana del uno de mayo cogimos carretera y equipaje para llegar en unas cuatro horas a esta preciosa ciudad germana. Por el camino observamos que las autopistas francesas estaban atestadas de camiones, bueno, más que la autopistas eran las áreas de servicio donde cientos de camiones pugnaban por encontrar un hueco, y por allí deambulaban sus conductores, bastantes de ellos españoles.


Llegamos sobre la una y tras el checking en el hotel (en Francia en ningún sitio nos pidieron documentación) pudimos dejar el equipaje en las habitaciones, que estaban bien aunque al final día tras día solo las utilizamos para dormir y asearnos.

El río Dreisam atraviesa Friburgo y suministra agua a sus canales y canalillos

De inmediato salimos a pasear, a conocerla los que no habían estado aquí, y los demás a disfrutarla una vez más. Eso no fue difícil ya que es una urbe histórica, monumental, bien trazada y cuidada, e incluso sus barrios son agradables, como comprobaríamos en nuestro paseo a un lago de la periferia. Para llegar al centro fuimos por unos senderos junto al río, aunque alguno de ellos estaba en la práctica reservado en exclusiva a las bicicletas, muy abundantes en una urbe verde y muy plana.

Puerta de Suabia o de los Suabos, por la que accedimos al centro histórico

Friburgo tiene un casco central muy bien conservado, planito, atravesado por unas pequeñas escorrentías al estilo de las levadas por las que el agua circula a toda velocidad. Mantiene en pie las tres puertas que tuvo su muralla: la de la imagen superior, que tuvo un importante valor defensivo, y las de Martin, la más antigua (siglo XIII) y la de Breisach, del siglo XVII en la época de la ocupación francesa.
Precioso edificio del Almacén Histórico en la plaza de la Catedral

Una vez dentro, en unos minutos se llega a la plaza de la catedral, el centro neurálgico de una ciudad que actualmente tiene 230.000 habitantes y que sufrió lo suyo durante la Segunda Guerra Mundial. Más que una plaza al uso, es un recinto circular enorme en cuyo centro se encuentra la catedral y la plaza discurre completamente a su alrededor, Está empedrada y vedada al tráfico, lo que es de agradecer.


En la plaza se celebran todo tipo de acontecimientos y así durante la mañana del día siguiente, que la pasamos también en Friburgo, pudimos visitar un mercadillo, en el que había verdura y fruta pero también puestos de comida (salchichas de todo tipo y tamaño) y artesanía.

La Catedral es un edificio imponente construido en tres etapas durante los siglos XII y XIII. De estilo gótico, se levantó sobre un antiguo templo románico de la que conserva los brazos de crucero. El proceso fue largo y no se terminó de construir hasta 1513. La enorme torre de su campanario alcanza 116 metros.


Esta torre, previo pago, sirve para ascender a la parte superior. Primero se llega a un piso donde se observa el mecanismo de su enorme reloj y después una angosta escalera de caracol, la misma para subir y bajar (complicado por su estrechez y las mochilas de muchos de los visitantes) te lleva a la amplia terraza. 

Reloj de la catedral de Friburgo

Más menos, 350 escalones en total. A cambio, el placer de ver la ciudad desde arriba.


En esta posición privilegiada pudimos confirmar el verdor de los bosques que rodean la ciudad y la armonía de una urbe en cuyo centro no apreciamos barbaridades urbanísticas.


Este recinto religioso está en apariencia muy bien conservado. Para ello se constituyó la asociación Münsterbauverein Freiburger, que cada año invierte varios millones de euros en su mantenimiento y cuidado.

Las vidrieras de la Catedral son las originales de la Edad Media, algunas de principios del XIII

Ostenta el título de Catedral desde 1827, cuando la iglesia se convirtió en sede del Obispado de Friburgo.

Canal en una calle de Friburgo, con la escultura de un cocodrilo semisumergido

Fuera de la plaza de la Catedral la ciudad adquiere otro ritmo y en ello influyen los canales que la atraviesan, En uno de ellos destaca una escultura de tono humorístico que simula la cabeza de un cocodrilo en piedra, por cierto, muy bien lograda.

Detalle del cocodrilo de Friburgo

Artístico cartel de la Casa de Huéspedes

El edificio del oso es de la Casa de Huéspedes, uno de los más antiguos de Friburgo. Los cimientos datan de 1120, fecha de la fundación de la ciudad. 

Levadas por las calles de Friburgo

El agua por estos canalitos circula a gran velocidad, como si hubiera una pendiente que no detectamos.

Enormes glicinias decoran algunas calles e incluso van de un lado a otro

Llegados al centro de la ciudad y visitada su catedral, el resto del tiempo lo dedicamos a pasear sus calles, muy atractivas y gran parte empedradas y con levadas por uno de sus márgenes.


Fueron los dos días jornadas de buen tiempo, aunque más bien de cielos cubiertos, un plus de comodidad para ver Friburgo, ciudad tranquila y apacible con abundancia de terrazas.


Calles amplias, algunas sin coches y con tranvía, confirman su carácter verde, más que por el color por el respecto al medio ambiente de sus habitantes. Considerada la capital alemana de la ecología, aquí tiene su sede el Instituto para la Ecología y algunas otras organizaciones ambientales. Cada año en junio se celebra Intersolar, la feria más importante del sector.

Ayuntamiento

Este conjunto de circunstancias, a las que se añade su situación geográfica como puerta de entrada a la Selva Negra y que sea la ciudad alemana con más horas de sol, la han convertido en muy popular. Se estima que recibe cada año tres millones de visitantes.


El primer día almorzamos en una cervecería sobre las tres y media de la tarde, una hora intempestiva en estas latitudes. Se trataba de la Hausbreveria Feierling. A esa hora seguía abarrotada de gente y encontramos sitio, de casualidad, en el semisótano.

Un postre de "spaghettis" que, en realidad, eran de helado

Estuvo bien, sobre todo por que tenían carta en inglés para descifrar los platos, y el precio nos pareció de lo más razonable. Lo mismo ocurriría en el restaurante del día siguiente, más clásico y especialidades locales.


A media tarde decidimos dar un paseo alejándonos del centro de la ciudad. De esta forma atravesamos barrios no turísticos y llegamos al Flückigersee o parque del lago, un lugar de amplias praderas de hierba, con restaurantes, zonas de juegos incluidos paseos por el lago, pensado para el ocio familiar.



Algunos ejemplares de la fauna del parque indudablemente nos llamaron la atención.


Hay una línea de tranvía que lleva directamente a este popular destino para los vecinos de Friburgo, pero nosotros elegimos pasear para compensar el día de caminata que nos habíamos saltado.

El segundo día fue una repetición del primero solo que no nos alejamos del centro. Buscamos calles y áreas en las que no habíamos estado para tener una visión más completa.



En la zona de la universidad descubrimos el emplazamiento de la histórica sinagoga de la ciudad, que fue destruida durante el nazismo en la conocida como Noche de los Cristales Rotos (1938).

Emplazamiento de la antigua sinagoga junto a una maqueta del edificio

La ciudad ha decidido mantener su recuerdo de una forma original: por un lado erigiendo una maqueta a escala situada junto a su emplazamiento, señalado mediante una pequeña elevación del terreno.

Antes de marcharnos de Friburgo recalamos en el restaurante Zum Rauhen Mann, de comida local y agradable decoración. 

Las raciones de codillo que nos sirvieron perfectamente hubiera servido cada una para dos personas, por lo que no hubo queja, si acaso por su abundancia.

Durante nuestro paseo habíamos tomado café en una terraza en la que nos atendió una chica de Asturias, y el día anterior en otra un brasileño. Evidentemente, abunda la población foránea.

Después de comer volvimos al hotel (donde habíamos desayunado muy bien esa mañana) y recogimos los coches que mantuvimos en su aparcamiento. De inmediato salimos para Saint Louis (¡menudo atasco de fin de puente!), una población francesa pegada a Basilea, donde íbamos a dormir para una parada técnica a fin de coger el vuelo de regreso a Santiago a primera hora de la mañana siguiente.

Sin embargo, la parada técnica fue un tanto accidentada. Teníamos reservados tres apartamentos y para acceder recogimos las llaves en un cajetín, sin ver a nadie. Primera sorpresa: un cuarto piso sin ascensor, de lo que no nos habían avisado. Segunda: lo que encontramos no era lo reservado. Faltaba una habitación y un baño en uno de ellos, y eso nos molestó mucho. Tras gestiones por wasap con nuestra alquiladora, solo nos ofrecía marcharnos y devolvernos el dinero, algo sin sentido a las ocho de la tarde. Así que nos apañamos de la mejor forma posible y trasladamos nuestras quejas a quien correspondía. Y pensamos que algún efecto tuvieron para que volvieran a engañar a nadie más.

Pese a este borroncito, finalizamos muy contentos nuestras dos semanas en el Franco Condado. Regresamos pensando en continuar nuestra ruta caminera el año próximo para en un par de años, más o menos, alcanzar Le Puy en Velay. Si así es, aquí lo reflejaremos.

 Hasta la próxima!