domingo, 1 de mayo de 2022

1) El gustazo de callejear por Estrasburgo

Habían pasado tres años, tres largos años en los que se interrumpió nuestra arraigada costumbre de emplear una semana del año en lo que oficialmente denominamos "hacer el camino". En la práctica, unos días de confraternización con amigos dedicados básicamente a caminar, a disfrutar de la naturaleza, charlar, conocer sitios nuevos y, fundamentalmente, a dejarnos llevar por lo que la ruta depare.

La lluvia nos dio la bienvenida en Basilea

En el 2019 concluimos la larga zancada que va de Le Puy en Velay a Saint Jean Pied de Port, que, de memoria, son 800 km., los mismos más o menos que desde Saint Jean a Compostela. Empleamos cinco años y nos juramentamos para iniciar al año siguiente, 2020, el camino en la frontera polaco-germana con intención de atravesar Alemania hasta alcanzar Le Puy. Al final nos dio pereza (sobre todo por nuestra total incompetencia con el alemán) y optamos por comenzarlo en Alsacia, que aún así, esperamos que dé mucho de sí. 

Con lo que no contábamos, como nadie, era con la pandemia, que nos bloqueó dos años, hasta que por fin pudimos ponernos en marcha. Así, el 25 de abril de 2022 aterrizábamos diez caminantes en Basilea para dirigirnos de inmediato en dos coches de alquiler hasta Estrasburgo. La posibilidad del vuelo desde Santiago de apenas dos horas hizo que desecháramos acudir directamente a Estrasburgo.

La terminal de Basilea (Suiza) es un tanto peculiar debido a su ubicación junto a las fronteras de Francia y Alemania, por lo que tiene carácter trinacional y se denomina Mulhouse-Friburg-Basel, contando con dos salidas distintas en función del país al que el viajero vaya a dirigirse. Eso sí, no tuvimos problema alguno al regreso para cruzar de la parte francesa del aeropuerto a la suiza, ya que en la misma terminal tienen lo que llaman la aduana, pero en ella no tuvimos que pasar ningún control

Tras un viajecito un poco pesado por la lluvia, pese a los modernos Volvo que nos entregaron, llegamos a última hora de la tarde a la periferia de Estrasburgo. Habíamos reservado habitaciones en el hotel Comfort, una instalación sencilla pero digna, de precio ajustado, donde no tuvimos problema alguno y al tener un restaurante abierto hasta tarde aprovechamos para cenar allí mismo. Sería la tónica a lo largo de las dos semanas que duró esta mezcla de andaina y turisteo en la que nos habíamos embarcado. 

Como vamos teniendo todos una edad, nos hemos adaptado con especial cariño a esta fórmula mixta que incluye días de pateo, otros de descanso, y planes alternativos en caso de lluvia o inclemencias meteorológicas, pero siempre teniendo como referencia las etapas y los hitos del camino. Esto supone caminatas que en algún caso superaron los 25 kilómetros diarios (afortunadamente solo una vez),  atravesar pueblos y rincones relativamente remotos (a los que normalmente no llegan los turistas), peculiares enclaves para pernoctar como el Mont Sainte Odile o el Convento de Saint Marc y el sentimiento íntimo de que uno, a su manera, todavía tiene algo de peregrino.


El primer día estaba dedicado a conocer Estrasburgo. Tras un buen desayuno, pusimos rumbo al centro de la ciudad, pero, siguiendo la costumbre, antes inmortalizamos el momento en la misma puerta del hotel.


Estábamos en un barrio residencial con poca circulación, edificios de mediana altura y mucho verde. Muy tranquilo.


Tras un paseíto llegamos a la zona central de la ciudad, flanqueada por canales y por los ríos Rin  e ill denominada Gran Isla, destacada como Patrimonio de la Humanidad desde 1988. La población de Estrasburgo ronda los 300.000 habitantes, pero es preciso añadirle un millón más de sus alrededores. Nuestro primer contracto fue la curiosa y compleja esclusa en tiempos defensiva de la imagen anterior.

Torres defensivas de los antiguos puentes cubiertos

Por su interior se puede pasear e incluso subir a su terraza, desde la que se domina una amplia vista de esta histórica zona, incluyendo las torres de defensa de la ciudad en los conocidos como Ponts Couverts, nombre que alude a los techados que los sombreaban  desaparecidos en el siglo XVIII, todo ello en un barrio bautizado como la Petite France.


Que Estrasburgo es la sede de la Corte Europea de los Derechos Humanos no nos pasó desapercibido al recorrer la terraza de la gigantesca esclusa. Son muchas más la instituciones europeas que acoge: Parlamento, Europol, Defensor del Pueblo, Consejo de Europa, y quizás por ello en la ciudad tienen su sede nada menos que 150 embajadas y consulados.


Tampoco la maravillosa arquitectura de algunos antiguos edificios.


Ni las torres de defensa de los puentes antiguamente cubiertos.


Así como la omnipresencia de los canales, por los que circulan barcos para turistas, un embrujo al que no pudimos resistirnos un rato después.


Como disciplinados visitantes recorrimos esta zona, muy tranquila, a primera hora de la mañana.


Pasado un buen rato, ya más cansados, optamos por montarnos en un barco tras comprobar que su recorrido circular por los canales nos iba a permitir hacernos idea global de esta ciudad tan especial.

En el barco conseguimos una imagen general de la ciudad


La embarcación, similar a los bateau mouche parisinos del Sena, cumplió su cometido gracias a la grabación que nos llegaba por los auriculares en perfecto castellano, sincronizada a la perfección con los lugares que atravesábamos. Un diez.

Edificio Louise Weiss, sede del Parlamento europeo

La gira fluvial incluyó un variado por las distintas zonas de la ciudad, incluido el barrio donde se asienta la mayoría de las instituciones europeas y su Parlamento. 

Otro de los inmuebles del Parlamento

Después le tocó el turno a la espectacular catedral de Notre Dame, del mismo nombre que el templo parisino, aunque en este caso solo se construyó una de sus previstas dos torres (142 metros, durante dos siglos la mayor del mundo), lo que le da un curioso aspecto irregular y asimétrico.

Catedral gótica de Estrasburgo

La catedral de Estrasburgo es una maravilla de la arquitectura gótica y se construyó a lo largo de más de cuatro siglos (1015/1439). Con una ejecución tan dilatada, en la obra intervinieron numerosos arquitectos.


Era obligado hacer una visita a su interior, donde disfrutamos de sus magníficas vidrieras.


El templo es majestuoso y fue construido sobre los restos de una catedral merovingia. Por suerte, logró sobrevivir a la guerra franco-alemana de 1871 y a los bombardeos aliados de la segunda guerra mundial. No hace tantos años, en 2001, se desarticuló una célula terrorista que planeaba su voladura.


La nave central es imponente, y en una jornada laborable por la mañana pudimos verla sin grandes apreturas.


En su interior se encuentra un reloj astronómico del siglo XVI, diseñado por dos matemáticos con la ayuda de otros profesiones y que, entre otras cosas, indicaba el movimiento global de los planetas. Fue renovado en el siglo XIX, pero manteniendo sus esencias.


Por un acceso exterior es posible subir a la terraza donde debería estar la segunda torre que nunca fue construida, eso sí, la prueba exige superar 340 escalones. Como no podía ser menos, ya que al día siguiente íbamos a empezar a caminar, no nos perdimos una excelente visión de la ciudad casi a vista de pájaro.


Por lo que leímos, la costumbre de subir a la torre se practica desde siglos atrás y los vecinos de la ciudad acostumbraban a celebrar allí arriba fiestas y reuniones.


Fiestas aparte, desde lo alto se descubre la armonía de un casco histórico perfectamente conservado.


Una gigantesca brújula señala en la terraza la situación de algunos importantes urbes del planeta.


Avanzada la tarde, después de una jornada que fue cualquier cosa menos descansada, tuvimos que recuperar fuerzas. Y tras ello, vuelta al hotel para iniciar el periplo con los coches de cara a la jornada del día siguiente. Era forzoso hacerlo todos los días, para tener un coche en el punto de salida y otro en el de llegada, pero de ello hablaremos más adelante. Solo avanzar que lo que nos parecía algo sencillo y poco latoso no fue ni lo uno ni lo otro.