viernes, 21 de abril de 2023

1) Belfort-Villersexel, tres etapas entre los bosques del Franco Condado

Habíamos terminado en Belfort la caminata del 2022 por la Alsacia y allí regresamos en el 2023 para continuar la ruta hacia Le Puy en Velay. En esta ciudad histórica, y protagonista de importantes hechos militares, pasamos solo unas horas De nuevo, como un año antes, la cita fue en Basilea, donde habíamos quedado los nueve caminantes iniciales (solo siete al terminar, ya que no todos disponían de dos semanas). Nos encontramos sobre las tres de la tarde del 19 abril, la mayoría procedentes de Santiago y la pareja restante de Londres. En cuestión de un rato nos hicimos con los dos coches de alquiler reservados a Sixt (nos entregaron un BMW automático y un Volkswagen Touran, bien, pero no tanto como los Volvo V-60 del año anterior) y pusimos rumbo a Belfort. A diferencia de lo ocurrido un año antes, cuando soportamos un fuerte aguacero camino de Estrasburgo, hacía buen tiempo, una suerte.

Paseo vespertino por Belfort; al fondo, el famoso león que conmemora la gesta de 1871

Belfort es una ciudad pequeña, unos 50.000 habitantes, y el centro nos sonaba del año anterior. Por eso nos movimos conociendo algo el terreno en un entorno muy agradable. Y posamos ante su enorme símbolo militar: un león 22 metros de largo por 11 de alto, construido en bloques de gres rosa y visitable, algo que dejamos pendiente.
Anuncio en la calle del próximo paso del Tour por Belfort

Los jardines de esta pequeña ciudad estaban en perfecto estado de revista y buscamos un sitio donde cenar antes de regresar al hotel. Teníamos habitaciones en el Kyriad Belfort Centre Gare, que, a pesar de su sencillez, resultó digno, funcional, y con un desayuno más que aceptable (77 euros la habitación doble).

Jardines rebosantes de tulipanes en Belfort, y los veríamos por todo el Franco Condado

A ciegas elegimos el restaurante Le Trois para cenar en un lateral de su plaza más céntrica, la del Ayuntamiento, y fue una buena opción. 


Pese a tratarse de la noche de un miércoles estaba casi lleno, y nos dieron unas carnes de lo más sabrosas. Antes, como es obligado en nuestro sistema de viaje, fuimos con los dos coches hasta Hericourt, donde concluiría la etapa al día siguiente. Regresamos en el segundo coche, que se quedaría en Belfort, con las maletas en su interior, y volveríamos por el tras llegar andando a Hericourt. En ese momento repetiríamos la operación hasta el final de la segunda etapa.... y así todos los días.  


Mientras paseábamos por la ciudad, y también durante la cena, comentamos este sistema de movilidad, un poco engorroso, pero el único que se nos había ocurrido para poder caminar y a la vez disponer de coches para movernos y llevar las maletas. En el 2022 se hizo algo pesado para los conductores y el guía a cargo de Google Maps, y esta vez recortamos las etapas para facilitar las cosas. Eso y otra curiosa novedad de la que pronto hablaremos obraron el milagro de agilizar el transporte de vehículos.


Al día siguiente, saliendo de Belfort, descubrimos que la ciudad está llena de imágenes de leones de todos los tipos y tamaños, disimulados en escaparates, fachadas, pequeñas esculturas, etc. La ciudad ha decidido explotar el símbolo con finalidad publicitaria.


De mañana, bien desayunados, la salida de la ciudad nos llevó un buen rato ya que el hotel se encontraba en el extremo contrario. Pero más que un problema fue una suerte: pudimos disfrutar de Belfort durante casi una hora.


Pese a los avatares que ha vivido en su historia, la arquitectura de esta ciudad, que con su entorno conforma el departamento más pequeño de Francia, mantiene numerosas joyas que alegran al viajero.


En el extremo de la urbe han construido un enorme parque dotado de un estanque igualmente grande.

Sonrientes y contentos al iniciar el segundo año del Camino en el Noreste de Francia 

Enseguida entramos en un paisaje de bosques y más bosques, lo que fue una sorpresa que se iría agigantando con el paso de los días. Y no fue la única. Según sabríamos después, el 40% de la superficie del Franco Condado, una región que siglos atrás fue española (dato poco sabido en España, pero que varios franceses nos comentaron en el Camino), está cubierto de bosques.


De inmediato comprobamos que el Camino estaba señalizado, no como en España, pero bien. La pegatina azul, aunque de pequeño tamaño, decora árboles, señales, farolas o postes, con especial cuidado en los cruces. Por tanto, teníamos garantizado, o casi, que no nos íbamos a perder. Es una cuestión importante para el caminante, que no tiene que ir constantemente en guardia para evitar incidentes.


Y con este panorama optimista empezamos a devorar kilómetros, aunque con tranquilidad. De hecho, no llegaríamos a Hericourt hasta las cinco y media de la tarde. Bosques y praderas fueron nuestra compañía, y también pequeños pueblitos, todo ello con un tiempo agradable. Imposible pedir más.


Aunque el día fue seco, no hacía mucho tiempo que había llovido, como así lo indicaba el suelo. Pero los caminantes sabemos que el barro es un compañero a veces inevitable, aunque siempre indeseado.


A cinco kilómetros de Hericourt atravesamos la pequeña población de Bavilliers, uno de las muchas que encontraríamos. Estaban cortadas por el mismo patrón: agradables, tranquilas, con poca gente a la vista...¡y sin ningún lugar donde descansar y tomar algo! Así que, a la fuerza, las etapas transcurrirían sin la típica parada para recuperar fuerzas y beber una cerveza. De hecho, en varias ocasiones que preguntamos por un bar o una panadería para no dar vueltas por el correspondiente pueblo, hubo paisanos que nos ofrecieron un café, que siempre rechazamos. No era cosa de que tuvieran que atender a nueve paseantes que no lo necesitaban. Hubo una excepción, muy agradable, que aparecerá en su momento.


Saliendo de Balliviers encontramos a la vera del camino una capillita minúscula dedicada a Notre Dame du Voeu. Como tenía un banquito en la puerta y una vista agradable, hicimos una paradita. En el banco estaba  un peregrino alemán que se dirigía en solitario a Besançón y con el que coincidiríamos varias veces más. Fue uno de los pocos que hallamos en la ruta.

Un soldado disparó a la imagen

Dentro de la capilla un cartel informa que el agujero de la imagen fue obra de un soldado alemán que disparó desde fuera al ver que había luz en su interior. Y así la han conservado.

El fuerte de Fort D´essert apareció sin esperarlo y lo recorrimos a fondo

A partir de este pueblo el bosque fue a más, kilómetros y kilómetros bajo arboledas pujantes, en gran parte carpinos, a los que a veces se añadían acebos y abetos, con las hojas nacientes de un verde intenso. 

La guerra franco-prusiana provocó la construcción de este enorme fuerte defensivo

De improviso nos encontramos con una fortificación antigua que decidimos inspeccionar con tranquilidad ya que teníamos tiempo y ganas. Se trataba de Fort D´essert, que supusimos databa de la Segunda Guerra Mundial. Nos equivocamos. Fue construido en 1890, años después de la guerra franco-alemana en la que Alsacia y Lorena pasaron a Alemania y Belfort se convirtió en frontera con el enemigo germano, por tanto un lugar inestable. De hecho, faltó muy poco para que también perdiera Francia esta parte de su territorio.


Encontramos numerosos bunkers, túneles, almacenes de munición, troneras y fosos, algunos de gran altura, con señales que advertían del riesgo de caída. Una vez metidos en un recinto un tanto laberíntico nos costó salir.


Seguimos nuestra ruta con tranquilidad y el entusiasmo que siempre acompaña al paseante en su primera jornada. Con los ojos bien abiertos, pudimos comprobar los adornos con los que en esta parte de Francia lindante con Suiza se decoran algunas casas con motivo del comienzo del mes de mayo.



Un gallinero de los más cool

Palabras de ánimo para el caminante

Paisaje abierto casi sin límites tras kilómetros de bosques

A lo largo de la etapa pasamos por varios pueblos, caso de Buc o Echenans, y en todos ellos sentimos una ligera sensación de desánimo al comprobar que no había ni bar ni boulangerie (panadería) ni nada parecido. Con el paso de los días ya no habría decepción: lo dábamos por supuesto.


En cualquier caso, aprovechábamos las ocasiones para descansar y reponer fuerzas.


Mientras, observábamos el paisaje o curiosidades como un vehículo militar con muchas décadas de historia a sus espaldas, que vete a saber por qué un paisano mantenía en su parcela.


También encontramos muchas vacas, algunas con tupés de lo más curioso y cuernos aparentemente recortados. Teníamos la sensación de que  despertábamos en ellas más interés que a la inversa, ya que se quedaban ojipláticas, observándonos. Es curioso percatarse de que las vacas te observan sin pestañear y no dejan de hacerlo hasta que desapareces.


Y con esta compañía llegamos Hericourt tras recorrer un par de kilómetros en cuesta, una sorpresa tras un día de camino plano. El hotel del primer día fue La Filature, emplazado en una antigua fábrica de hilos y al lado de un canal. Encontramos el alojamiento acercando el plano en Google Maps. Disponía de restaurante y habíamos contratado media pensión: habitación doble, cena y desayuno por 103 euros/2 personas. Resultó bien y las habitaciones luminosas y agradables, eso sí, como nos sucedería día tras día casi sin excepción, carecía de ascensor y las escaleras eran angostas, producto sin duda de la adaptación de edificios no previstos para hotel. El entorno era muy chulo, con el ruido del agua acompañando.


Con algo más de diez mil habitantes, Hericourt es una villa histórica, con edificios relevantes e iglesias descomunales, algo que igualmente se repetiría en los días siguientes.



Antes de la cena, y aunque la temperatura era fresca pese al sol, tuvimos tiempo de dar una vuelta por la localidad.


En la zona antigua encontramos una iglesia católica justo al lado de otra luterana, esta segunda más modesta.

Después de la cena, cayó la primera partida de "chinchimonis"

Tras reponer fuerzas, antes de ir a dormir echamos la primera partida de chinos/chinchimonis. Los perdedores, como es tradición, invitan al café o la copita. Y tras disfrutar un rato, la foto que inmortaliza a los ganadores/perdedores, algo que el lector tendrá que discernir pues este tipo de dato nunca se hace público.


La segunda jornada salimos de La Filature con destino a Saulnot, pero destino caminante, no para dormir. En esta zona los pueblos son pequeños y con pocos servicios. Por ello, algunos días tuvimos que recurrir a los vehículos para acercarnos al hotel reservado en una localidad próxima. Lógicamente, ello incrementaba la fiesta de los coches, puesto que había que retornar a por el que quedaba atrás mientras el grueso del grupo esperaba, y después, ya todos juntos, al alojamiento... Y a la mañana siguiente a la inversa: cada coche a su sitio y los caminantes al lugar donde se terminó el día anterior.

Imponente lavadero en el centro de Hericourt; encontraríamos muchos en el camino

De nuevo empezamos la ruta con bosques y prados, un paisaje bucólico que fue la tónica dominante durante las dos semanas de caminata.


La jornada transcurrió con normalidad tras una noche fría con la temperatura bajando a tres grados. De hecho, a lo largo del día  llovió. Llegamos primero a Couthenans y poco después a Champey, donde surgió la sorpresa: ¡había una boulangerie!, pequeñita pero abierta, que nos permitió tomar un café con bollito aunque fuera en la calle. Todo un lujo que no se repetiría. La panadería estaba un poco apartada, y la localizamos gracias a una señora que se había mostrado dispuesta a darnos café a todos ante la risa sorprendida de su hija. Muy maja ella.
A la una y media estábamos en Chavanne y cinco kilómetros después alcanzábamos Saulnot, sobre las tres de la tarde. Allí tocó esperar hasta que los conductores retornaban de Hericourt con el coche y las maletas que había quedado atrás. Hubo quien aprovechó para tomarse un reparador descanso.

La foto no engaña: descansando tras concluir la etapa

Ya con los dos coches nos llegamos hasta Villersexel, que era el destino de la etapa siguiente, para pernoctar. En esta villa contactamos con el río Ognon, un afluente muy caudaloso del Saona que nos acompañaría casi hasta el final del viaje.


Villersexel resultó un pueblo agradable y muy histórico, con un enorme palacio/chateau donde celebran eventos, pero que ese día estaba cerrado. 

Chateau de Villersexel, que no pudimos visitar por estar cerrado ese día

Nos alojamos en el hotel La Terrasse, un sitio digno, sobre todo porque las habitaciones eran cómodas y grandes, pero con wifi mejorable, aunque al menos funcionaba. El día anterior, imposible, fatal. El tema tenía su relevancia ya que en Villersexel íbamos a pernoctar dos noches por aquello de que escaseaban los hoteles por la zona. 


Al día siguiente, tras un desayuno aceptable, saltó la sorpresa: al irnos querían cobrarnos ya porque no tenían anotado que eran dos días. 
Doble selfie durante el desayuno en La Terrasse

Cuando se lo demostramos con los correos de la reserva empezó un baile de llamadas y negociaciones. La encargada, una chica muy joven, hablaba por teléfono con su jefe y luego con nosotros. Querían que nos fuéramos a otro hotel, para dejar sitio a no sabemos quien, pero nos negamos: ya estábamos allí y bien instalados. Ante la negativa, plantearon cambiarnos las habitaciones y que ellos harían el traslado de nuestras pertenencias. De nuevo dijimos que no y que nos íbamos pues teníamos camino que andar. Así quedó todo con la incógnita del panorama que encontraríamos por la tarde, pero con la tranquilidad de que el fallo no había sido nuestro.


Fue un día especial en el aspecto caminante. Para simplificar la movida de los coches nos dividimos en dos grupos: uno fue en coche a Saulnot, punto de partida de la ruta y el segundo hizo el camino inverso desde el mismo Villersexel, con lo que pudieron salir un poco antes. 

Salida del grupo que empezó la etapa en Saulnot y dejó allí un coche

Llegada del segundo grupo a Saulnot, donde estaba el coche que había dejado el otro grupo

La clave residía en cruzarnos en la mitad y traspasarnos las llaves de los coches. Para conformar los grupos tuvimos en cuenta a los conductores, ya que solo dos personas estaban autorizadas en cada uno de los vehículos. 


Así lo hicimos y la cosa salió de maravilla: a las 12:20 nos encontramos, sin habernos puesto de acuerdo, en el pueblecito de Vellechevreux, una gran alegría. 

Reencuentro en Vellechevreux, dándole a la manzana, a falta de otra cosa

Al coincidir en un pueblo pudimos sentarnos más o menos cómodos. Habíamos bromeado antes de la salida, equiparando este sistema con la construcción de un túnel por ambos lados, lo que exige precisión para coincidir. En este caso la hubo, y eso que temíamos sobre todo por el grupo que hacía el camino inverso, que tenía que localizar señales que no tenían visibles, colocadas para los que siguen la ruta, no para los que regresan.


De nuevo fue una jornada con chaparrones, especialmente cuando el grupo del camino directo estaba a un kilómetro del destino. Tuvieron que guarecerse de urgencia en un granero. La curiosidad del día le tocó al grupo del camino inverso, que se encontró con el peregrino alemán de la capilla del primer día. Este hombre no entendía como podíamos venir de frente si estábamos haciendo el mismo camino, pero con la sorpresa nos limitamos a saludarle y seguimos. Después lo pensamos mejor y nos comprometimos a explicarle nuestra estrategia si volvía a suceder.


A lo largo del camino pasamos por las localidades de Becenans y Granges le Bourg. 


También sufrimos con alguna cuesta larga, larga y pronunciada, en uno de los bosques del día, por lo demás precioso. Igualmente por los amplios tramos de asfalto, siempre detestable para el caminante.


Y así, vigilando las señales y contentos tras la etapa, regresamos al hotel. Ya no estaba el personal de la mañana y la  encargada nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja. No hubo alusión alguna al intento matinal de echarnos de las habitaciones.

Esa noche decidimos no repetir cena en el hotel y nos fuimos a la Ferme Auberge le Rullet, a unos cinco kilómetros. La dueña era una señora curiosa, al parecer amiga de Brigitte Bardot, y regentaba un local estilo bodega donde cenamos bien por 32 euros. De regreso quisimos parar en un bar para echar una partidita a los chinos, pero imposible, todos cerrados,  aunque Villersexel tiene 1.500 habitantes y era fin de semana.