viernes, 28 de abril de 2023

3) Besançon, ciudad universitaria, histórica y la más verde

Salida del hotel Pinocchio, el último día de Camino del grupo completo/>

La capital del Franco Condado, Besançon, coincidía más o menos en medio de nuestra ruta 2023 y habíamos decidido hacer una paradita allí. Así nos olvidábamos de caminar por un día, es un decir, al final te mueves más descubriendo una ciudad que con la andaina habitual.


Inicialmente, el miércoles 26 teníamos previsto caminar como cualquier otra jornada y llegar a Marnay, cubriendo después en coche los últimos kilómetros hasta Besançon. Una vez allí, a la estación para que ambas caminantas retornaran a Basilea para tomar el avión al día siguiente a primera hora. Sin embargo, optamos por acortar la etapa a fin de que tuvieran unas horas para conocer la ciudad.

Puestos a acortar, al final tuvimos que hacerlo más de lo que pretendíamos y solo recorrimos seis kilómetros. En ese punto la ruta se internaba en un denso y enorme bosque durante bastantes kilómetros, en los que no había salida. Por tanto, o seis kilómetros o casi la totalidad, no había otra. Prescindir de un bosque impresionante no nos agradaba, pero fue la única solución.


La tarde anterior habíamos tenido un rato de nervios tras recibir la comunicación de que el tren de Besançon a Mulhouse había sido anulado. Por muchas gestiones que hicimos fue imposible aclararlo ni obtener billetes alternativos. Por tanto, un motivo más para llegar pronto a la estación de Besançon. Una vez allí todo fue sencillo, pero por Internet, imposible. Antes de salir, desayunamos en el Pinocchio, un refrigerio no incluido en el precio de la habitación (9 euros), que fue flojito, comparado con otros, más completos. 


Poco antes de llegar a destino encontramos este recordatorio junto al camino, pero tras revisarlo resultó que era por un gato, no de un caminante como hemos encontrado en algunos sitios.

Primer contacto con Besançon; la chica de negro fue una outsider que decidió colarse 

En la ciudad dejamos los coches en el aparcamiento subterráneo de la estación de tren, de donde no los moveríamos hasta el día siguiente para seguir ruta. Habíamos reservado en el Ibis Budget Centre Gare, como todos los de la cadena Ibis sencillito y sin concesiones, unas habitaciones muy pequeñas con vistas a un patio interior (precio: 83 euros la doble con los desayunos, que estuvieron mejor de lo que esperábamos). Como el hotel estaba al lado de la estación no hubo problema con los equipajes.

La plaza del Revolución es fría, sin verde, pero muy atractiva

Nada más introducirnos en la parte histórica nos topamos con la plaza del Revolución, un amplísimo espacio triangular con capacidad para cualquier cosa y totalmente diáfana, en uno de cuyos lados se encuentra el museo de Bellas Artes. 


Era nuestra hora de comer, no la francesa, y aunque hubiéramos podido esperar un poco fuimos conscientes de que ahora o nunca. Hicimos varios intentos y en todos nos indicaban que la cocina estaba cerrando o casi. Al final nos admitió Chez Diego, en esta misma plaza, un italiano que nos sirvió pasta fresca y pizzas,  a buen precio.

La vista aérea de Besançon permite hacerse una idea de su peculiar configuración

El centro histórico de Besançon tiene un diseño muy especial, distinto a cualquier otro, rodeado casi en su totalidad por el río Doubs, que para ello realiza un círculo casi completo. En el pequeño espacio que deja libre, un montículo de 120 metros de altura, se construyó la ciudadela militar, lo que garantizaba la seguridad de sus habitantes. Este meandro tan cerrado, que casi podría ser un diseño de Vauban, el conocido arquitecto militar francés, hizo de la ciudad un bastión a lo largo de la historia.


Besançon es ahora mismo una ciudad media (120.000 habitantes, casi 300.000 con su área metropolitana) y la capital de la región del Franco Condado desde el siglo XVII, cuando desplazó a Dole. En ese mismo siglo y durante una década perteneció a la corona española.
Moderno reloj en el Museo de Bellas Artes

Enorme minotauro colocado en los márgenes del río Doubs

Durante la tarde callejeamos por la ciudad sin rumbo fijo, y prácticamente recorrimos toda la parte antigua. En ella, cuando te despistas un poco terminas en el río, que todo lo envuelve.

Para llegar a la ciudadela es necesario trabajárselo un poco

La excepción, obviamente, es la ciudadela, situada en el escarpado Mont Saint Etienne. Su puerta de entrada es la catedral y después es necesario ascender por unas pronunciadas cuestas.


Pese a esta protección y a la natural que ofrece el río, el rey Luis II de Borbón-Condé la conquistó en 1674 tras un cerco de casi un mes. Poco después quedaba ligada al reino de Francia ya para siempre.


Sin embargo, hay tensiones políticas, como en otras zonas de Francia, de las que da prueba el cartel colgado en un balcón, pero no parecen contar con demasiado seguimiento en un país modelo de centralismo.

Callejear por ciudades como Besançon es sencillo y la vez cómodo, y desde luego un gran placer. Plana en su totalidad, con una red de calles hermosas y en gran parte peatonales, se puede andar sin más, mirar y descubrir. Así lo hicimos y en un patio interior de un palacio encontramos una reunión de personas que escuchaban discursos y actuaciones musicales. No nos enteramos de qué iba, pero allí pasamos un rato y curioseamos por algunas tiendas.


Besançon es conocida por su industria relojera (tenga o no relación, está a solo sesenta kilómetros de Suiza) y como ciudad universitaria que acoge a unos veinte mil estudiantes al margen de otros cuatro mil de todo el mundo en su Centro de Lingüística Aplicada, vamos una Santiago de Compostela de la vida por no buscar otros ejemplos.


En una visita corta como la nuestra nos dedicamos a conocer el centro histórico, donde hay pocos espacios libres y escasas zonas verdes. Sin embargo, estábamos en la considerada ciudad más verde de Francia por el número de metros cuadrados por habitante. Lógicamente, se encuentran fuera del cogollo histórico, una parte reducida de la actual ciudad.


El río Doubs, su muralla natural durante tantos años, es ahora un atractivo visual y también turístico. Cansados de andar, recurrimos a un tour fluvial por el río para tener otra visión de la ciudad.


La salida del barco turístico está situada en un canal junto al río, al que se accede por la esclusa de la fotografía. Teníamos la duda de como se hacía el recorrido, que supusimos de ida y vuelta ante la imposibilidad de circunvalar por completo la ciudad, que obviamente no es una isla.

Pasamos un rato agradable en el barco donde recordamos nuestros agradables periplos por el Loira y el Midi.


Desde el agua disfrutamos de la imagen del ensanche de la ciudad en la parte exterior del Doubs, con edificios magníficos.


Y en parte de su recorrido encontramos los jardines y zonas boscosas que la destacan como la más verde.


Y dada su configuración, las infraestructuras, la ferroviaria incluida, tienen que atravesar el río.

Sinagoga de Besançon, de 1871

Apreciamos igualmente la interesante sinagoga de la ciudad, que data de 1871, diseñada bajo premisas de arquitectura hispano-musulmana. Sorprendentemente, conservó su mobiliario durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. 


Y al final del tour descubrimos como se realiza este recorrido de manera circular, que no es otra que utilizando el túnel de Tarragnoz, de 391 metros, estrechito pero suficiente, y que data de 1882.


En nuestros paseos en esa primera tarde en la ciudad y durante la mañana siguiente vimos sus calles y edificios, penetramos en alguno, pero no hicimos ninguna visita específica. El único que habíamos pensado recorrer, el Museo de la Resistencia y la Deportación, ubicado en la Ciudadela, llevaba cuatro años cerrado y su reapertura estaba prevista para unos meses después, en septiembre.


Así que nos dedicamos a callejear,


a tomar un café en el edificio del Casino,


y a disfrutar de sus  monumentos en una pequeña urbe en la que nacieron personajes de la altura de Víctor Hugo, cuya casa natal se encuentra a muy poca distancia de la catedral, o los hermanos Lumiére.


De iglesias anda bien servida la ciudad, además de la catedral recorrimos Sainte Madeleine, grande, enorme, catedralicia.


Data de mediados del siglo XVIII y su interior es espectacular.


El segundo día, antes de abandonar la ciudad, almorzamos unas galettes bretonas en una céntrica terraza. 

Estatua junto a la gare

Después recogimos los vehículos y  pusimos rumbo a Marnay, una pequeña población donde deberíamos haber terminado la etapa el día anterior. Allí volvimos a convertirnos en caminantes ya que el día siguiente tocaba trabajar.


Pese a que no alcanza los 2.000 habitantes, el Ayuntamiento de la ciudad ocupa un edificio espectacular, como de ciudad grande.


La escultura familiar que encontramos nos resituó en el principal objetivo de nuestro viaje, y al día siguiente estábamos listos para el combate, digo para el Camino.


Eso sí, con unas imágenes de esta bonita población. Lo que ya no resultó tan bonito fue nuestro alojamiento, sin duda el peor de toda la ruta, pero el único disponible en el pueblo. Una casa anexa a un restaurante, llamada Balcon Geisller, con habitaciones antiguas, tristes y pasadas de moda desde hace décadas, y lo mismo los baños. El precio fue más bien alto, 72 euros persona con media pensión, pero no los merecía. La cena digna, carne de segundo, pero  no incluía las bebidas, y por eso la factura fue mayor pese a un desayuno muy mediocre a la mañana siguiente. Todo ello en un contexto general de buenos alojamientos y excelente comida. Unas por otras.


Curiosamente, en Marnay supimos la distancia a la que estábamos de Santiago.