domingo, 30 de abril de 2023

5) Dole y fin de ruta en Saint Symphorien-sur-Saone

En los ajustes para concluir el Camino 2023 se nos antojó finalmente acercarnos a Friburgo, adelantando un día la terminación de la  andaina. No teníamos que rendir cuentas a nadie y tanto nos daba unos kilómetros más o menos, así que recortamos un poco y finalizamos en Saint Symphorien. Por tanto, allí comenzaremos en el 2024 si nada se tuerce. Y en la próxima entrada comentaremos la jornada que pasamos en la bella ciudad germana de Friburgo, que varios del grupo ya conocían, pero a los que no importó en absoluto repetir.

Canales en la bella Dole, una pequeña ciudad con mucho encanto

Antes de la última etapa pasamos una tarde en Dole, una pequeña ciudad de poco más de 20.000 habitantes y mucha historia pues fue capital del Franco Condado español, tuvo universidad y en la que nació Louis Pasteur. Conocida como la Pequeña Venecia del Jura, tiene canales, grandes iglesias e importantes edificios.

Nos autoenmarcamos en un selfie más foto frente a la Colegiata de Dole

El río Doubs bordea la ciudad y desde el paseo fluvial se tiene una interesante vista de uno de sus edificios principales, la Colegiata de Notre Dame, del siglo XVI y estilo gótico-renacentista. Fue construida en el mismo emplazamiento de una iglesia anterior destruida a finales del siglo XV, cuando la ciudad fue arrasada por el ejército del rey francés Luis XI. Uno de sus atractivos es un órgano de 3.500 tubos, del siglo XVIII. En realidad, actualmente su categoría es Basílica menor, pero en la ciudad prefieren denominarla Colegiata y no vamos a discutir. Aquí fue bautizado Louis Pasteur en 1823 y junto al canal de los Curtidores, que es fácil imaginar por qué se instalaban junto a un canal, está su casa natal reconvertida en museo. Como íbamos a estar unas horas solamente no hicimos planes para verla.


Su único campanario-pórtico y fortificado (1596), de 73 metros de altura, con una curiosas garitas en su cúspide, atestigua en el exterior las dimensiones del templo. 


El interior de un templo que refleja el renacimiento de Dole lo integran dos plantas, tres naves y unas enormes vidrieras.


Y en la ciudad, como en tantos y tantos pueblos por la ruta, encontramos igualmente grandes y hermosas glicíneas, que también descubriríamos unos días después en Friburgo, Las tratan de tal forma que en la práctica logran reducirlas a tronco y flores, lo que no debe resultar sencillo con una planta de crecimiento exagerado y tan invasiva. Espectaculares.

Hacía una buena tarde el 29 de abril, y además era sábado, por lo que el centro de la ciudad y su paseo junto al río estaban llenos de gente, a los que nos sumamos para disfrutar de ese rato de turisteo clásico.


Además del río, da ambiente y posibilidades a Dole el canal del Ródano al Rhin, que tiene en total 375 kilómetros y fue construido para unir los puertos marítimos del norte de Europa con el Mediterráneo. 

Dimos unas vueltas junto al cauce y comprobamos, como ocurre en tantas ciudades francesas con río, que el Doubs es navegable y cuenta con un puerto fluvial.


Después, retornamos al centro de la ciudad por uno de sus puentes y paseamos por las calles más céntricas.

Los canales y el río son sus señas distintivas, y junto a ellos han encontrado acomodo bares y restaurantes. En uno de ellos, al lado del de la fotografía superior, Le Moulin des Tanneurs, cenamos esa tarde, muy bien y a un precio incontestable: 173 euros siete personas. 

Puentecito peatonal en la zona de los canales 

Nos lo había recomendado una española de Alicante, Rosa, con la que habíamos hablado un rato antes en el hotel del Mont Roland. Casada con un francés, Philippe, conocía la zona. Realmente, nos orientó muy bien.

En Dole no tratamos de entrar en profundidades y nos limitamos a comprobar la calidad de su arquitectura, quizás poco habitual en una ciudad tan pequeña de la que no habíamos oído hablar.

Espectacular fresco con personajes de la historia de la ciudad

Como todo aquel que visita Dole, el grafiti de la calle de la Sous-Prefecture, Le Fresque des Dolois, nos llamó algo más que la atención. Además de cubrir una medianera, lo han aprovechado para incluir en esta llamativa composición a los personajes más relevantes de la historia de la ciudad. Y su calidad artística es innegable. Como idea y por ejecución, sobresaliente.


Terminada la visita y bien cenados,  pusimos proa a nuestro hotel y de noche dimos un paseo por los alrededores hasta el santuario, que estaba muy próximo.


Hacía una magnifica noche de primavera y disfrutamos del recinto iluminado y de la tranquilidad del lugar.


Descansados y con ganas de culminar la caminata de este año, el último día de abril salimos desde nuestro hotel, en el Mont Saint Roland. Ya habíamos anotado que la subida fue un poco latosa, por el calor y la cuesta. La bajada tampoco fue cómoda, aunque sin llegar al nivel de desgaste de la subida. Los guijarros en el suelo incomodaban un poco, pero lo hicimos.


A cambio, durante un ratito disfrutamos del valle, una amplia vista aunque no espectacular.


No estaba previsto que fuera una etapa larga, algo más de quince kilómetros solamente, y así fue, pero en la primera parte tocó mucha carretera y eso siempre cansa. A una pequeña mesa, algo así como un área de descanso del caminante, le dimos utilidad mediada la mañana.


Fue un día tranquilo y nos cruzamos con muy poca gente pese a que detectábamos mucho movimiento, sin duda relacionado con un fin de semana en el que media Francia se mueve.

El Saona es un río ancho y caudaloso

Un rato después contactamos con el Saona, un río enorme y generoso, y por supuesto navegable, en cuyas márgenes hicimos el resto del camino. Era el domingo del puente del Primero de Mayo y muchas familias con furgonetas aprovechaban para una o más jornadas de descanso junto al cauce, jugando, pescando y comiendo.


Íbamos junto al río, pero casi siempre separados por una franja de arbolado. Del otro lado campos de labor, y nosotros en medio por un camino poco hollado y con hierba muy alta que a veces estorbaba.

Con esta imagen de tranquilidad le dijimos adiós al Franco Condado, que fue todo un descubrimiento.

Poco antes de terminar llegamos a una esclusa en el enlace del Saona con el río Doubs. Habíamos hecho una media de 4,8 kilómetros a la hora, habíamos andado muy rapiditos. 

A partir de aquí ya fueron unos cientos de metros hasta el pueblo donde habíamos dejado uno de los coches, Saint Symphorien. Allí paramos de andar y, una vez recuperado el segundo coche, buscamos un pueblo más grande para picar algo pues no íbamos a cenar hasta las siete de la tarde en el hotel de Saint Roland.


Recalamos en Saint Jean de Losne, un población agradable junto al río, con un enorme puente que la comunica con el pueblo del otro margen, curiosamente llamado igualmente Losne.

Era tarde para los usos y costumbres locales, por lo que no fue sencillo encontrar un local en el paseo fluvial donde tomar algo, término este peligroso de utilizar ya que no lo entienden.

Al final lo conseguimos, con la peculiaridad de que las cuatro tapas que pedimos para los siete eran unos platos gigantescos, y en la práctica comimos.

    


En la charla barajamos la posibilidad de alojarnos aquí el año que viene para iniciar la ruta donde habíamos terminado un rato antes, que de nuevo era un sitio pequeño sin hoteles o similares. El tema, obviamente, quedó abierto pues estábamos a doce meses vista. Terminado el refrigerio, para el hotel, cena y a preparar la maleta para ir al día siguiente a Friburgo, a unas dos horas y media de viaje.