viernes, 28 de abril de 2023

4) De Marnay a Mont Roland, y por medio el café de Beatrice

Reducidos ya a un grupo de siete caminantes, el viernes 28 de abril nos pusimos en ruta desde Marnay para coronar las últimas etapas. En esta entrada cubrimos dos jornadas, la primera hasta Thervay, aunque dormimos en Hugier; y la segunda iniciada en Thervay para finalizar en Johue y pernoctar junto al santuario de Notre Dame de Mont Roland. El día de salida a primera hora hacía algo de calor pero con lloviznas. Así que nos tuvimos que pertrechar de chubasqueros.

Salida en Marnay, con los ánimos muy altos

Si bien el hotel El Balcón de Geissler había sido un tanto penoso y nada barato, el pueblecito era bastante agradable. Ya lo habíamos recorrido el día anterior y lo volvimos a hacer para encontrar la ruta.

En principio el paisaje que encontramos no fue especialmente llamativo, también es cierto que teníamos el listón muy alto tras una primera semana de bosques espectaculares y enormes y pictóricos campos de labranza.

Un rato después supusimos, con buen criterio, que íbamos a transitar por una vía verde ya que nos encontramos con lo que a todas luces era una antigua estación ferroviaria que en su fachada mantenía el viejo reloj.

Poco después confirmamos nuestra hipótesis al circular por lo que inequívocamente había sido una vía férrea.

Beatrice, la amable socorrista de paseantes, en la puerta de su casa

No mucho después, en un recodo del camino donde aparecieron algunas casas, vimos a una señora salir apresurada a colocar un cartel cuando nos vio llegar. Estábamos rebasando el lugar pero paramos a leer el texto, escrito en francés y alemán. Ofrecía algo de beber a los peregrinos que quisieran hacer un descanso, sin más detalles. No aclaraba el alcance de la oferta, ni tampoco si era un bar clandestino, digamos, o un alma caritativa u otra cosa. Nuestra primera idea fue desechar el ofrecimiento y estuvimos a punto de irnos, pero finalmente nos sentamos en la mesa de su puerta a esperar acontecimientos.

Cartel de Beatrice ofreciendo ayuda al caminante

Casi al instante apareció Beatrice, una señora de cierta edad con aspecto de jubilada, o sea, como nosotros, que nos dijo que qué queríamos tomar. Encargamos unos cafés y tés, que se ofreció a traernos de inmediato, pero antes apareció con una bandejita de galletas. Estábamos un poco desconcertados con la situación e hicimos apuestas sobre si nos cobraría o nos pediría solo la voluntad.

Foto recuerdo con Beatrice, tomada a toda prisa ya que la lluvia se presentó de improviso

Antes de aclararse, charlamos algo con Beatrice: nos dijo que estaba jubilada, que había vivido en Besançon y trabajado en el centro de lingüística, y que le gustaba ayudar a los paseantes, y que además de francés lo anuncia en alemán, la nacionalidad de la mayoría de los que por allí pasan. Llegado el momento, rechazó enérgicamente que le pagáramos y dijo que su objetivo era colaborar, no ingresar nada por ello. Le dimos las más expresivas gracias y volvimos a la ruta reconfortados con esta nada desdeñable inyección de moral tras comprobar que hay personas que disfrutan ayudando sin esperar nada a cambio.

Atravesamos a continuación algunos pueblos pequeños y nuevamente paisajes sin fin de lo más relajantes.

Vacas jóvenes (conocidas como xovencas en Galicia) agrupadas junto al camino para observarnos

Muchos de los prados estaban ocupados por vacas jovencitas que habían sido ya separadas de sus madres, iniciando la etapa adulta, que en Galicia se llaman xovencas, y que nos miraban con enorme interés.


Pero cuando se trataba de animales de más edad igualmente quedaban prendados de los caminantes, a los que no perdían de vista hasta que desaparecíamos en lontananza.


Aunque no vimos mucha fauna, en ocasiones la ruta nos sorprendía, como ocurrió con este cisne empollando a la orilla de un río. Lo observamos un rato, de lejos, para no importunar, y no se permitió el menor movimiento, casi parecía disecado sobre su amplio nido, menudo esfuerzo el suyo.


Era un lugar tranquilo y con seguridad nadie importunaba a la mamá cisne en su laborioso cometido.


Antes de llegar a destino nos encontramos la abadía de Accey, un lugar con 900 años de historia, originalmente cisterciense y en fechas mucho más recientes a cargo de monjes trapenses.


De gran volumen, su exterior es llamativo pero la iglesia ofrece menos interés al carecer de decoración y dotada de mobiliario actual. Tienen también hospedería, pero nos dijeron que no tenían disponibilidad.  Al parecer quieren personas solas, no en grupo ni parejas, y en ningún caso caminantes, por lo que obviamente no era para nosotros. Mientras estábamos fuera se nos enrolló un monje muy mayor que llevaba un ordenador en la mano, preguntándonos por nuestro camino; cuando le dijimos que no nos quisieron alojar, dio una respuesta vaga y al poco desapareció.


A lo largo de la jornada también disfrutamos de algunas zonas de bosque, muy agradables, sin duda, pero sin llegar al nivel de los primeros días por el Franche Comté.


Casa rural de  Les Petunias, reservada con tiempo pero donde no nos esperaban

La etapa de este día fue moderada, solo 16 kilómetros, por lo que estuvimos muy relajados. Por supuesto, al llegar a Thervay nos hicimos con el coche que habíamos traído previamente desde Marnay, fuimos a por el otro y nos llegamos a Les Petunias, nuestro alojamiento para esa noche. Era una casa rural muy chula, bien amueblada, contratada con desayuno pero sin cena, que no dan. En la parte de atrás existe un enorme vivero que forma parte del mismo negocio.

Interior del vivero de Les Petunias

Alojarse no resultó sencillo: la dueña salió a nuestro encuentro y negó que tuviéramos reserva porque solo habíamos tenido un breve contacto por mail. Estupefactos, hicimos lo que se hace en estos casos: mostrarle los correos, nada menos que siete, donde ellos confirmaban la reserva no una, sino varias veces. Ante la evidencia, no le quedó otra que aceptar que nos quedáramos ya que afortunadamente tenía vacías las cuatro habitaciones, pero al día siguiente, sábado, todas ocupadas. No entendíamos nada, carecía de sentido; después, llegamos a la conclusión de que la señora podía no estar bien por la forma de hablar y comportarse, ya que se la veía como un poco despistada y ausente. El precio con el desayuno fueron 85 euros la doble y 75 la individual. La verdad es que el sitio resultó muy agradable.

Imagen de la villa histórica de Pesmes

Para cenar nos desplazamos a la vecina Pesmes, una población histórica muy atractiva. Como teníamos tiempo, la recorrimos en parte.


Cuenta con una zona amurallada junto al río Ognon, de gran interés. Como veníamos del río, tuvimos que ascender por una larga escalinata.

Después nos dirigimos al Hotel de France para cenar, y aquí también hubo una pequeña incidencia. Era un sitio agradable, nos dieron la bebida y los entrantes... y nada más. Atendían a los demás, a los que llegaban, pero no a nosotros. Casi dos horas después de sentarnos seguíamos pendiente del segundo plato y le preguntamos a la única camarera, bastante joven, si había algún problema. Estaba agobiada, no paraba de dar viajes. Respondió que no y ¡milagro! al momento llegó toda la comida. Por lo demás, la cena estuvo muy bien, un menú de dos platos, quesos y postre.

Moissey

Al día siguiente también tuvimos una etapa cómoda en kilómetros, una quincena, pero resultó mucho más cansada por su final. Al poco de salir de Thervay atravesamos Moissey y tras esta población de nuevo campo del bonito, chulo.

A lo lejos ya atisbábamos la aguja del Mont Roland
Caminar en primavera en zona de bosques silenciosos y terrenos cultivados es un placer: los árboles verdes con las hojas saliendo, intensas y todavía pequeñas. Y los campos igualmente de impactante color verde, creciendo, un gustazo.


Los bosques que atravesamos nos convencieron de que pocas cosas podíamos estar haciendo más satisfactorias. A los carpinos se unieron grandes abetos y por primera vez en este viaje localizamos carballos. Eso sí, cuando llegábamos a algún pueblo por supuesto no había bar ni boulangerie.

Notre Dame de Mont Roland

La etapa no tuvo nada de especial aunque los dos kilómetros finales, todos de subida con un suelo incómodo lleno de guijarros y bastante calor, 22 grados, se nos hicieron un poco pesados, pero hubo que hacerlos, el trabajo del caminante es andar y más si no hay otra alternativa.


A unos cientos de metros del monasterio estaba nuestro hotel, Le Chalet de Mont Roland, donde estaríamos dos noches. Un sitio muy agradable a razón de 60 euros la habitación doble y 11,5 cada desayuno aparte. 

Vista desde una de las habitaciones del Chalet du Mont Roland
Después de instalarnos nos fuimos a pasar la tarde conociendo Dole, la primitiva capital de la región, puesto del que fue desbancada  por Besançon unos siglos atrás. Se trata de una población interesante de la que hablaremos en la siguiente entrada.