sábado, 7 de mayo de 2022

5) Ahora los Vosgos nos acompañan

Turckheim

A la hora habitual, ya en un grupo de siete, nos pusimos en marcha desde Turckheim, a donde habíamos regresado todos en coche desde Colmar. Se trataba de hilvanar el camino siguiendo la senda trazada, al margen de que le hubiéramos hecho algún roto y que pudiera haber alguno más. La previsión nos había amenazado con lluvia, pero el día transcurriría sin que cayera una gota.


Iniciamos la marcha en llano, pero pronto el camino se empina y aparecen los bosques, que nos acompañarán todo el día, con los robles como grandes protagonistas. El paisaje empezaba a cambiar, algo con lo que ya contábamos pues ahora tenemos el macizo de los Vosgos muy cerca.


Contamos con alguna ayuda visual del Club Vosgiano, algo que ya había ocurrido toda la semana.

También encontramos indicaciones sobre la ruta para llegar al convento donde íbamos a pasar la noche.

El día discurría caluroso, pero tuvimos la gran suerte de ir a cubierto y no sufrir el calvario del sol.

Además de robles, el día nos depararía numerosas masas de pinos, abetos, castaños y arces.

En estas condiciones continuamos avanzando sin incidencias, y también en solitario, pues ya resultaba evidente, después de una semana, que no hay peregrinos en esta zona del Camino alejada de Compostela. A veces encontramos senderistas o gente corriendo si estábamos próximos a una población, pero tampoco demasiados. Por otro lado, se entrecruzan numerosas rutas que llevan a diferentes destinos, prueba de que los franceses empezaron mucho antes que nosotros en esto de las randonnées.


Los restos de una antigua fortificación se nos aparecieron de repente, cerca de Husseren, pero estaban en un alto y pasamos de largo. Tampoco daba la impresión de que hubiera nada más que los muros.

Husseren les 3 chateaux

El único pueblo por el que teníamos que pasar era  Husseren los 3 castillos, y al llegar intentamos encontrar un bar o similar, sin suerte. Normal si tenemos en cuenta que tiene poco más de 500 habitantes, pero.... En esos momentos ya habíamos avanzado once kilómetros, así que nos conformamos con tomar  agua y una manzana que llevábamos en previsión de que esto ocurriera.



La caminata prosiguió sin otras novedades que el anuncio de la cercanía del convento reforzado otra vez con el símbolo del Camino de Santiago.


Sobre las 15:30 en un mediodía de intenso calor llegamos al convento de Saint Marc, que son varias y enormes construcciones.


El recinto tiene historia, mucha: fundado en el siglo VII, fue uno de los primeros conventos benedictinos de Alsacia.


Esta rodeado de bosques en un entorno rural en el que también existen granjas y otras construcciones.


En el convento residen permanente entre 40 y 50 monjas de varias nacionalidades, incluidas algunas procedentes de la India. Allí se celebran seminarios, retiros, congresos espirituales, todos con vocación ineludiblemente religiosa, y, adicionalmente, alojan a peregrinos, personas que quieren pasar unos días de introspección...etc. En este día sólo estábamos nosotros y otro peregrino que pretendía llegar a Roma en dos meses. Tuvimos que reservar la estancia vía email a través de la oficina provincial de la congregación, en Colmar, y no nos pidieron ninguna garantía. Incluso, al confirmarnos la reserva fuimos bendecidos por una de las soeurs.

Cementerio del convento: único modelo de lápida que solo incluye el nombre propio de las hermanas fallecidas.
 
El convento se encuentra aislado en el monte y una vez allí pasamos la tarde conociéndolo. Lo primero de todo fue registrarnos y dejar las cosas en nuestras habitaciones, en este caso más bien celdas cuasimonásticas, con un baño reducido (wc y lavabo) y duchas en el pasillo para varias habitaciones. Sin televisión, pero tuvimos wifi sin problema.


La principal particularidad de estas celdas es que eran individuales, aparte de escuetas, por lo que las parejas tuvimos que dividirnos. Es la primera vez que nos ocurre en los muchos años de camino. A cambio de la falta de lujos, un precio muy competitivo: 40 euros/ persona por media pensión, previa presentación de la credencial que nos habilitaba como peregrinos.


Al registrarnos ya nos informaron que a las seis de la tarde habría un oficio de vísperas en la capilla y que después podíamos pasar al comedor para la cena. Pusieron empeño en aclarar que no era obligatorio acudir al servicio religioso.


Pese a ello, a la hora fijada todos fuimos, por curiosidad principalmente pues nuestro peregrinaje es ajeno a  motivaciones religiosas. Eso sí, en los conventos tampoco lo vamos diciendo a voces. Las vísperas fueron agradables ya que casi todo eran cánticos, con diferentes monjas como solistas y en general con buenas y moduladas voces.
Charlamos un rato con el capellán (aumonier, en francés) quien nos explicó que estaba retirado y que vivía en el convento, donde seguía ejerciendo para la congregación. En el oficio nos vio perdidos y se apresuró a facilitarnos libros de rezos, pero no sirvieron de mucho ya que no sabíamos en que páginas estaban los salmos del día. Al terminar descubrimos que en una pizarra lateral estaban anotadas. Nos falta experiencia, sin duda.
La cena, después, fue decente: sopa, arroz con pollo picante y patatas fritas y yogur con helado. Sabíamos que alguna monja india cocinaba recetas de su tierra, y con una cruzamos unas frases. Nos explicó que procedía del estado de Kerala y cuando le dijimos que algunos habíamos estado allí años atrás flipó. También nos saludó una monja, de origen alsaciano, que nos sorprendió por su simpatía y también por su belleza, totalmente evidente a pesar de que ya tenía una edad. 
Tras ello no hubo más que retirarnos a nuestros cubículos a pasar la noche. Antes, escuchamos en la distancia a un grupo coral con guitarra que llevó a cabo un largo ensayo. No lo hacían mal .

Foto de la salida del convento de Saint Marc

El desayuno del día siguiente fue básico del todo (café con leche y pan con mantequilla y mermelada), pero teniendo en cuenta el importe de la factura, todo bien. Además, decidimos modificar el itinerario previsto y hacer solo diez kilómetros. La previsión de lluvias intensas nos llevó a cambiar de planes para evitar un largo itinerario por el bosque bajo el diluvio, con el consiguiente riesgo de caídas y resbalones. Con ese plan, no precisábamos más alimento mañanero. La experiencia del convento nos pareció una de las cosas impagables y diferentes que depara el camino.

Salida del convento para iniciar la ruta del día


El paseo desde el convento hasta Soulzmatt fue ciertamente corto, los diez kilómetros indicados, pero una maravilla. Totalmente a cubierto del sol (mientras no llegó la lluvia anunciada, hizo mucho calor) en medio de un bosque exhuberante y paradisíaco. 


Muchos tramos discurrían por una ladera de monte, casi siempre con pendiente ligera. Primero nos acompañaron olmos de las montañas y después robles, algunos de gran porte, y arces reales.

De tanto en tanto se abría una ventana entre los árboles que nos permitía otear la llanura alsaciana, bueno, la llanura y viñedos y más viñedos. 


En un momento de la ruta descubrimos el santuario de Notre Dame de Schauenberg justo debajo de nosotros, que también es gestionado por las hermanas de Saint Joseph, las mismas del convento de Saint Marc.


Fueron 8/9 kilómetros en el bosque y después un tramo tipo dehesa, con árboles espaciados y terreno libre sin cultivar.

Soulzmatt se nos apareció casi de repente

Al poco, de golpe surgió ante nuestra vista el pueblo donde íbamos a terminar de caminar. Eso sí, tuvimos que salvar un importante desnivel ya bajo el calor del sol del mediodía.

La previsión de la lluvia se cumplió justo al terminar la caminata

En un ratito habíamos localizado el coche estacionado en el pueblo la tarde anterior y nos disponíamos a volver al convento para recoger el segundo vehículo. Soultzmatt, dios lo guarde, sí tiene un bar céntrico con terraza, justo enfrente del ayuntamiento, y allí fuimos a tomar una cañita o similar... cuando la anunciada lluvia hizo acto de presencia. En otras palabras, que de haber seguido caminando los diez kilómetros restantes hasta Guebwiller hubieran sido pasados por agua. En cualquier caso, la pernocta tampoco iba a ser en este pueblo sino en Rimbach, una pequeña aldea cercana.


Después de tomar un piscolabis en una panadería en la que de paso nos resguardamos de la lluvia, pasamos la tarde en Guebwiller, siempre con el paraguas a mano, explorando la villa a ciegas. Así, terminamos en un castillo-palacio reconvertido en museo. En su interior, muy bien puesto, se explica el pasado industrial de la villa y sus orígenes. Da la impresión de que disponían de mucho presupuesto pues está muy bien montado.


Está situado en el interior de una extensa finca ajardinada, prácticamente un jardín botánico, que también recorrimos.


El pueblo es agradable, pero después de los que hemos visto no nos causó impresión. A media tarde cogimos nuestros volvos para llegar al hotel e instalarnos. 

Es el L'Ao-L'Aigle d'Or, en el vecino Rimbach, donde una vez más tuvimos que subir a una segunda planta por escaleras, además angostas. Ya nos había pasado en otros sitios y no lo entendemos. Es un poco raro instalaciones hoteleras (por lo demás, decentes) con este  hándicap. El pueblecito es minúsculo, unas cuantas casas encajadas entre varias montañas casi sin espacio y al que se llega por una carretera que allí finaliza. Pero chulo y también el paisaje.

Nuestro hotel todavía conservaba la denominación antigua en la que se llamaba Marck.


El hotelito, escaleras al margen, estaba bien y de manera especial el restaurante, que a la hora de la cena se había llenado y  eso que es grande. El menú, muy bien presentado, consistió en quinoa con verduras, choucrout y un postre de helado con fruta.


Teniendo en cuenta que la media pensión nos salió por 61 euros, quedamos encantados.


Al día siguiente también se anunciaba lluvioso y nuevamente decidimos hacer un quiebro a nuestros planes previos. En otras palabras, que adaptamos la etapa a lo que consideramos más conveniente. Traducido, que no salimos andando de Rimbach. ni tampoco de Guebwiller. Por el contrario, nos fuimos con los coches directamente a Thann, donde íbamos a dormir. Allí iniciamos una etapa corta hasta el pueblecito de Roderen, unos 6 kilómetros, con la intención de hacerlo también de vuelta, eso sí, con paraguas en la mano, que falta hicieron. Camino a la carta, podríamos decir.


A la salida de Thann, una cuesta empinadita, por cierto, nos encontramos está curiosa escultura.

Tenía caras distintas por los dos lados


De inmediato penetramos en la espesura. Un gustazo y además de momento estaba solo nublado, no llovía.


Nos acompañaban grandes robles en esta preciosidad de bosque, y también abetos, castaños y algún arce.


A destacar este enorme y curioso roble, que desde su base ha generado siete árboles distintos unidos en un tronco común al borde del suelo.
Carballos de primera en el bosque

En un santiamén llegamos a Roderen, un pequeño pueblecito, agradable pero en el que no vimos nada de interés. Tuvimos suerte ya que con las primeras casas empezó a llover, pero en el centro encontramos un colmado-tienda para todo con una especie de mesa camilla. La parroquiana servía cafés y chocolates calientes y cerraba a las 12:30, hora local de la comida. Tuvimos media hora que aprovechamos para descansar un poco.
Y como nunca choveu que non escampara, volvimos andando pues justo entonces dejó de  caer agua y así estuvo hasta que llegamos de vuelta a Thann. A esa hora ya pudimos instalarnos en el hotel Moschenross y salimos a recorrer el pueblo, que cuenta con unos 8.000 habitantes. Grandecito y con un centro interesante.


Lo más destacable de Thann es su impresionante colegiata gótica de los siglos XIV al XVI, especialmente su portal, con tres tímpanos y numerosas esculturas. Gran parte de su perímetro está rodeado de grúas y un cartel informa de las obras que se llevan a cabo desde hace bastantes años y del presupuesto, elevado.

Delante de la colegiata, un cartel recoge todas las figuras y las identifica en los márgenes

Vidrieras y un cristo colgado, habitual en las iglesias alsacianas

La catedral tiene una capilla dedicada a San Thiébout, que es el patrono de la ciudad y que fue canonizado nada menos que en el siglo XI. Parece que está documentado que peregrinó a Compostela. 


De hecho en su capilla se encuentra este curioso "tronco del peregrino"



En el hotel Moschenross, las habitaciones están bien, recientemente renovadas, y allí cenamos después una sopa de espárragos, muy rica, un segundo con una especie de albóndigas con verduras, que se ve en la foto y un postre de pastelitos rellenos de una nata achocolatada que apenas probamos.


De todo, pues. El precio, en línea con otros días, 61 euros/persona media pensión. El desayuno del día siguiente fue uno de los más flojitos.

A los alsacianos les mola poner conejitos en sus jardines para conmemorar la primavera

A la mañana siguiente fuimos en coche a Roderen (ese tramo lo habíamos hecho el día anterior) y allí nos pusimos en ruta bajo una lluvia fina con trazas de desaparecer, como así fue


Una capilla que no ofrecía mucho interés, Notre Dame des Bouleoux, nos permitió hacer un descanso y sellar las credenciales. Los murales relatan que un campesino encontró una imagen allí siglos atrás y por ello la construyeron.


El paseo discurrió entre bosques, en los que destacaban unos olmos americanos enormes y rectilíneos,  impresionantes

Impresionante avenida de olmos

En un punto determinado el paisaje nos introdujo en una especie de larga avenida flanqueada por ejemplares de estos olmos. Un punto mágico. 


Este árbol estaría con nosotros los 15 kilómetros del camino de ese día, siempre verdes, unos enormes y en otros sitios muy finitos y en grandes masas, pidiendo a gritos una entresaca para que puedan crecer los que queden.

Antiguo lavadero con extras de mentira para imaginar el trabajo que allí se realizaba


Seguimos caminando con tranquilidad sabiendo que la expedición se encontraba ya cerca de la meta.

Aunque no era la primera vez, los campos de colza que encontramos eran mucho más extensos


Llegamos finalmente al convento de Bellemagny, donde acababa la caminata del día, que tuvo la pega de que un suelo bastante embarrado, fruto de las lluvias de los últimos días. También tuvimos que atravesar algunas carreteras, aunque la mayoría fue bosque.


Este recinto benedictino, de nuevo una construcción enorme, es relativamente reciente, de 1851, y admiten peregrinos del Camino de Santiago, hasta 15 plazas, pero nosotros elegimos otra opción.

En este punto termina el camino alsaciano


En coche nos dirigimos al Oscar's Home, a unos 10 kilómetros, donde íbamos a dormir. Teníamos algunas dudas sobre el tipo de establecimiento de que se trataba. A diferencia del anterior en Thann, que no pidió reserva alguno, este lo habíamos abonado previamente en su totalidad.


Una vez allí descubrimos que era un recinto hípico y granja con animales y actividades para niños. No hay recepción ni nada parecido y un paisano que recogía hierba nos explicó cual era nuestra casa, y que las puertas están abiertas. Sorprendente. Pero las habitaciones estaban limpias, aunque en algún caso con una concepción un tanto extraña.

En un pueblo a varios kilómetros reservamos para cenar en Au Cheval Blanc, un restaurante de ciertas pretensiones que nos convenció. Ofrece varias ofertas de menú entre 23 y 39 euros, y elegimos el más económico. Respecto a la bebida, su carta de vinos es enorme al igual que muchos de los precios. De hecho, nos costó encontrar una botella de 29 euros, la más asequible. Como anécdota, incluía una botella, magnum eso si, de 360 euros. La dejamos para otro día.
Tomamos un entrante variado (con camarones en salsa rosa, pastel de pescado, ensaladilla), que estaba rico; carne con verduras y patatas gratinadas y de postre pavlova. 

Entrante

Segundo plato
Sin embargo, nos obsequiaron con un aperitivo (tacita de caldo con un pedacito de pastel de carne) y al café añadieron una bandeja de pastas caseras. Salimos (contentos) a 30 euros por persona, que visto el sitio y la calidad estuvo muy bien.

Puentecito cubierto al inicio de la jornada del sábado

A la mañana siguiente encontramos donde desayunar en una boulangerie (panadería) de carretera y muy cerca comenzamos el paseo final, 12 kilómetros, hasta Belfort. Excuso decir que antes de nada hubo que llevar un coche a esta ciudad, volver con el otro. Y al llegar a Belfort la operación inversa. Ya es el último día que vamos a ejecutar este baile rodado.


La ruta tuvo dos partes bien diferenciadas: la primera vez con mucho tramo de carretera, y calurosa por falta de sombra árborea, en la que atravesamos dos pueblecitos. 


Después, un bosque estupendo con carpinos y arces y, tras un día sin lluvia, menos embarrado.


Sin contratiempo alguno, la ruta nos depositó directamente en el interior de la elevada zona fortificada de Belfort.


Desde allí disfrutamos de una vista excepcional sobre el conjunto de la urbe.


Descendimos y en una jornada calurosa nos encontramos con unas plazas muy animadas en pleno sábado a mediodía. Buscamos un sitio donde comer, lo que no fue fácil, estaba todo lleno. Y tampoco teníamos mucho tiempo pues antes de las seis de la tarde teníamos que devolver los coches en el aeropuerto de Basilea. Pero todo pudimos hacerlo sin problema alguno.


De Belfort poco podemos decir, pues solo vimos una pequeña parte de su centro. Pero no nos preocupó, ya que el año que viene seguiremos la ruta desde aquí y seguro que encontramos unas horas para conocer mejor la ciudad. Nos despedimos con esta imagen de la zona fortificada vista desde la ciudad, a la que protege un enorme león de piedra. La obra, realizada por Auguste Bartholi (el autor de la estatua de la libertad de Nueva York) conmemora la heroica resistencia de la ciudad en la guerra franco-prusiana (1870/71). Belfort se encuentra muy cerca de la frontera alemana y eso marca a una ciudad. Por tanto, salvo imprevistos, en el 2023 ¡A Belfort! en dirección a Le Puy en Velay.